La Hija de Medulio, Jefe Astur (León).

Cuenta la leyenda, que el joven general romano Carisio se había enamorado perdidamente de Borenia la bellísima hija de Medulio, jefe de los astures. Carisio además de ser romano era arrogante y altivo y sobre todo estaba muy dolido por que sus legiones no conseguian dominar al pueblo de Medulio, que además de una hermosa hija también era poseedor de una enorme fortuna en oro.

Carisio pretendió a la bella y ante la negativa del padre, decidió atacar el pueblo. La tarde antes de la batalla, Medulio hizo prometer a su hija que huiría al bosque y que no volvería hasta que todo hubiese terminado. En mitad del fragor de la batalla entre astures y romanos, se desató una terrible tormenta, y cuando los romanos estaban a punto de perderla, un desafortunado rayo hiere de muerte al jefe y rebotando contra el cofre que guardaba todo el oro de la tribu, hace rebotar millones de pepitas doradas contra la montaña.

Mientras la temerosa Borenia, está sola y desamparada en el bosque, Carisio lo sabe y sale a su encuentro, le dice que han firmado la paz y que su padre consiente su unión, Borenia accede a los deseos del apuesto romano.

A la mañana siguiente cuando Borenia regresa a su pueblo se encuentra que los romanos han esclavizado a los suyos y que su padre está muerto, empieza a llorar, y es tal la magnitud de su llanto que forma una laguna en el fondo del valle donde está su aldea.

Desde entonces se la conoce como la ondina Borenia, y en noches de luna llena, dicen que aun sigue llorando a orillas del Lago de Carucedo, porque no olvida quien era ella y quienes eran los suyos.

Después de aquello, los romanos crearon las Médulas, empezaron a extraer todo el oro que el rayo había dejado esparcido por la montaña. Excavaron túneles, galerías y cuevas, hicieron presas para canalizar el agua, que arrastraba material hacía el fondo del valle, miles de esclavos durante cientos de años recogieron el preciado oro para el Imperio, formando un lago con el agua que hacían bajar de la montaña.

Más de 800.000 kilos fueron capaces de arrancar a la tierra los romanos en las Médulas. Para ello hubieron de excavar más de 300 millones de metros cúbicos de tierra. En el siglo II el oro se devaluó y una vez abandonadas y dejado el lugar a merced de los vientos, el agua, el intenso frío y el calor apremiante, que durante siglos azotaron el paraje, este rincón de la península se configuró con formas caprichosas y de singular belleza.

Las Medulas son, una de las maravillas naturales más hermosas, más enigmáticas y más fascinantes de toda la península.