El Ángel de Baigura (País Vasco francés).

En euskera, la palabra argi significa luz, pero también puede denominar el alma de los antepasados que, en forma de luz, se aparece a los mortales.

Según cuenta J. M. de Barandiaran, después de la muerte del dueño de Zulobia, en Sara, se veía una luz sobre el tejado de la casa, y todo el mundo estaba convencido de que era el espíritu del difunto.

Reicher y Lafon recogieron un relato en el que se narra cómo un ladrón entró en el castillo de Lahostanea. Llevaba como talismán un mairubeso, es decir, un brazo de moro o de un niño recién nacido y muerto. El ladrón lo encendió y, además de alumbrarse con él, hizo que los habitantes del castillo durmieran un sueño mágico.

También existe un duende que aparece en forma de luz y se llama argiduna.

El siguiente relato está recogido en el libro de Jean Barbier «Legèndes du Pays Basque».

Hace tanto tiempo que ya nadie recuerda la fecha, una clara mañana de primavera, una joven pastora se encaminó con su rebaño hacia la montaña de Baigura. Una vez que hubo encontrado su lugar favorito, dejó que las ovejas se movieran a su antojo y ella se dispuso a pasar las siguientes horas de la forma más entretenida que sabía, tejiendo un jersey. Comió debajo de un roble, bebió el agua de un manantial cercano y estuvo contemplando largamente su pueblo, que se veía a lo lejos, esperando que llegase la hora del regreso para volver a encontrarse, como cada tarde, con su enamorado.

En eso, escuchó un rumor sordo, impreciso, que llegaba de lejos. Al principio no observó nada extraordinario, pero, poco a poco, el ruido aumentó y fue acercándose. Las ramas de los árboles empezaron a agitarse, las ovejas se movían de un lado para otro, balando lastimosamente, sin saber qué hacer, y Gorri, el perro, miraba a la pastora, esperando sus órdenes.

—¡Ve, Gorri! —le gritó ésta—. ¡Corre! ¡Reúne al rebaño!

Empujando a unas, mordisqueando a otras, los ladridos del perro resonaron en la montaña, y pronto reunió a todas las ovejas alrededor de la pastora. Sin decir una palabra, la joven echó a andar por el estrecho sendero, seguida por las ovejas, cerrando Gorri la marcha. Entre tanto, estalló la tormenta. Entre truenos y relámpagos, la lluvia caía en tromba, amenazando con inundarlo todo.

De pronto, se oyó un trueno tan tremendo que, durante un instante, la pastora, el rebaño y su perro se quedaron paralizados por el espanto. La joven miró a su alrededor buscando ayuda, y entonces escuchó una voz que le gritaba:

—¡Apártate!

¿Habría oído bien? ¿Sería el efecto de la tormenta? La muchacha se frotó los ojos.

Delante de ella, bien derecho, se encontraba unespectro blanco. Ciertamente no era una persona, ni tampoco era la niebla baja que, a veces, se divierte formando extrañas figuras que dan la impresión de estar vivas.

—¡Apártate!

La forma blanca se le había acercado un poco más. La pastora no sentía ni oía nada, ni la tormenta, ni el balar de las ovejas, ni los ladridos de Gorri, que presentía que algo raro le ocurría a su dueña.

La joven sintió que un aire frío la envolvía y por tercera vez escuchó la voz, esta vez cerca de su oreja, que en tono enojado y amenazador le decía.

—¡Apártate! ¡Apártate de una vez!

Sin darse cuenta de lo que hacía, la pastora dio un salto, saliéndose del sendero; en ese mismo instante, con un ruido enorme, cayó un rayo, haciendo un gran agujero justo en el mismo lugar en el que ella se encontraba unos segundos antes.

Poco después, y como si acabara de agotar sus furias, la tormenta se alejó, y unos débiles rayos de sol rompieron las nubes.

La pastora regresó a su casa y contó a todo el mundo que un ángel le había salvado la vida. Han sido muchos los que, desde aquel día, han visto al fantasma al que llaman “el ángel de Baigura”.