Can Cambroña (Asturias).

A un kilómetro del concejo de Caravia, en la falda de un cerrillo que se alza dominando la playa de la Isla, brotan borbollando las aguas de la fuente Cambroña, y debajo de su cristal, en un palacio labrado por un genio, viven sujetas al poder de los encantadores doce hermosas doncellas moras.

Y la mañana de San Juan, después de pasear descalzas sobre el rocío que cubre la alfombra verdina del prado, tendida desde la fuente a la playa, se van a la orilla del mar y allí danzan al son de las olas dando al viento sus velos de oro, los cuales flotan alrededor de sus cuerpos flexibles, como una niebla luminosa. Y las olas rompen con mimo para acercarse suavemente a las danzarinas y besarles los delicados pies.

Y las jóvenes dirigen la vista hacia el horizonte azul para ver si se acerca a la playa una lancha conduciendo al hombre que ha de libertarlas.

Y una mañana de San Juan, cuando las vírgenes moras retornaban al palacio saltando a la comba con sus velos, vieron llegar a la playa, empujada por la suave brisa, una lancha tripulada por un arrogante pescador.

Se acercó a él una de las moras y le dijo: —Si quieres ser rico y poderoso, el año que viene, la víspera de San Juan, al dar las doce de la noche te presentas con doce panecillos de cuatro picos al pie del ojo de la fuente Cambroña y dirás: —Can Cambroña, toma el pan que te envía tu señora.

Lo demás corre de nuestra cuenta.

Al año siguiente se presentó el pescador a la vista de la playa, y mientras se acercaba la hora convenida, soltó los remos y dejó a la lancha juguetear libremente sobre las olas.

Cuando más abstraído estaba pensando en el poco tiempo que le quedaba para ser rico, vio que un pez enorme se dirigía hacia su embarcación, y para ahuyentarle, tomó un panecillo, le quitó un pico y se lo arrojó al pez, el cual desapareció debajo del agua.

Llegó el pescador al pie de la fuente, y al dar las doce de la noche dijo: —Can Cambroña, toma el pan que te envía tu señora.

Se rompió el cristal de la fuente, y por entre burbujas de plata que brillaban al claror de la luna, salió una de las jóvenes encantadas, agitó su cuerpo un suave temblor y cayeron a sus pies, produciendo armónicos sonidos, gran cantidad de perlas y brillantes.

En cuanto la mora tomó el panecillo en sus manos, le dio un beso y se convirtió en un hermoso caballo.

Según iba el pescador repitiendo la fórmula convenida, iban saliendo las moras de la fuente y depositando a sus pies montones de riqueza. Ya estaban a caballo en disposición de huir en cuanto saliera la última; pero

al faltarle un pico al panecillo, le faltó un pie al caballo, por lo cual tuvieron que recoger las riquezas y volver a su encantamiento, no sin antes maldecir a los encantadores por haber sido culpables de la aparición del pez.

Y el pescador, lleno de tristeza, soltó las amarras de su lancha, remó con fuerza y se alejó de la playa para tender sus redes más allá del horizonte...