... Sin duda el más famoso fue el hombre-pez de Liérganes, cuyo nombre fue Francisco de la Vega Casar. Hijo de un matrimonio campesino, Francisco nació en Liérganes, villa de aguas salutíferas, a pocas millas de Santander. Ya desde niño fue un extraordinario nadador, y su capacidad de resistencia en el buceo era la adiración de todos.
Cuando cumplió los quince años de edad, su madre, que había quedado viuda, lo envió a Bilbao para que adquiriese el oficio de carpintero, y el muchacho estuvo dos años de aprendiz en un taller, hasta que la víspera de San Juan de 1673, cuando estaba bañándose en la ría con otros aprendices y compañeros de trabajo, desapareció bajo las aguas y se le dio por ahogado, sin que se pudiese recuperar su cuerpo.
Mas Francisco no se había ahogado. En 1679, unos pescadores encontraron en la bahía de Cádiz, "nadando sobre las aguas y sumergiéndose en ellas a su voluntad", un extraño ser, de apariencia humana pero escamoso y con membranas entre los dedos de las manos y de los pies. No sin esfuerzo, los pescadores consiguieron capturar aquel espécimen nunca visto antes y llevarlo a puerto. El ser no hablaba, ni daba señal alguna de inteligencia, pero en consideración a sus rasgos humanos, e imaginando que pudiera tratarse de alguna persona poseída por los espíritus infernales, los pescadores lo condujeron al convento de San Francisco, donde tras largas horas de interrogatorio se le logró sacar una palabra "Liérganes", el nombre de su pueblo natal.
En la comunidad había un fraile santanderino, fray Juan Rosendo, que a partir de aquel dato, con mucha paciencia, pudo reconstruir la historia del extraño ser. Fray Juan Rosendo, que por aquellos días había regresado de Tierra Santa y estaba en el convento de camino para su tierra originaria, se ocupó de acompañar el hombre-pez hasta Liérganes y entregarlo a su madre y a sus hermanos, uno de ellos sacerdote.
En la casa materna permaneció el hombre-pez nueve años, aunque "con el entendimiento turbado", como señalan los narradores contemporáneos suyos. Cumplía el oficio de llevar y traer recados, lo que muchas veces lo acercaba a la orilla de la mar. Y en ella desapareció un día de forma definitiva, sin que nadie pudiese dar nuevos datos fidedignos de su existencia.