El lagarto de la Malena, también conocido como "lagarto jaenero", recibió este nombre porque vivía en una gruta en el venero de la Magdalena, Jaén. Era un dragón enorme y feroz que hacía estragos en los rebaños y hasta devoraba seres humanos. Al fin consiguieron acabar con él, aunque los narradores difieren en cuanto al modo en que el hecho se produjo.
Unos dicen que el causante de la muerte del dragón fue un pastor ingenioso y osado, que tras matar a uno de sus corderos y despellejarlo, rellenó la piel con yesca y esperó a que el dragón apresase el falso cordero para encenderla, con lo que, cuando la bestia voraz engulló aquel señuelo, llevó a sus entrañas el fuego que había de acabar con su vida, tras un violento estallido que repartió sus malolientes restos por toda la comarca.
Otra versión cuenta que el autor de la muerte del dragón fue un condenado a la última pena, que se ofreció voluntario para salvar a la gente de aquel castigo a cambio de que se le perdonase la vida. Para su tarea, pidió un caballo, un saco de pólvora y otro de panecillos recién horneados. Con el aroma de los panecillos, el jinete atrajo al dragón y dejó que se acercara. Entonces le tiró el saco del pan, que el dragón engulló con gula, y luego el de pólvora, que la bestia devoró rambién creyendo que contenía más de aquellos deliciosos panecillos. Una mecha encendida originó la explosión del saco en las entrañas del monstruo.
La tercera versión atribuye a un caballero andante la aniquilación del dragón. Para enfrentarse con la bestia, el caballero se cubrió todo el cuerpo de espejos, y los brillos de éstos deslumbraron al dragón, entorpeciendo sus movimientos, lo que permitió al caballero atravesarlo con su lanza y rematarlo con su mandoble.