Esta calle desciende desde la plaza del Ayuntamiento. En el jardín de una casa inmediata se encuentra un antiguo pozo, antaño de uso público, muy antiguo, pues proviene del tiempo en que convivían en la ciudad las culturas hebrea, árabe y cristiana.
Entre la población hebrea había un hombre rico y piadoso. Era viudo y padre de una muchacha muy hermosa y obediente.
El padre, temeroso de los peligros que podían acechar a su hija, apenas le permitía salir de casa, pero a ella no le molestaba su reclusión y permanecía en sus aposentos muchas horas, entretenida en tocar música, bordar, leer la palabra sagrada o curiosear desde la ventana.
Su hermosura y la riqueza de su padre habían despertado el interés de varios pretendientes, pero la joven no mostró interés por ninguno. Sin embargo, un día vio cruzar ante su ventana un joven con atuendo cristiano que llamó su atención, y como el paso de aquel joven se repitió, empezó a esperarlo con impaciencia. Los narradores de esta historia dicen que, a partir de entonces, la joen se sintió incómoda de estar encerrada en casa tantas horas y que logró de su padre permiso para salir de paseo, acompañada de una señora de confianza.
Parece que en aquellos paseos la muchacha y el joven cristiano se vieron, y que él se sintió también muy atraído por la hermosa judía. Y parece también que su mutua atracción dio origen a una correspondencia secreta entre ambos. Las miradas amorosas pero mudas que se cruzaban entre ellos durante los paseos se convirtieron así en palabras cada vez más dulces, y el joven cristiano consiguió convencer a la muchacha de que asistiese a una cita.
El lugar fue un pozo que se encontraba en una callejuela cercana a la casa de la joven, y la hora una de la noche cerrada, cuando ella podía escapar de su vivienda y ambos reunirse sin ser vistos de nadie.
En aquel lugar y de la misma manera secreta siguieron encontrándose ambos jóvenes, y entre ellos cuajó un amor apasionado.
Sin embargo, la salida nocturnas de la joven fueron advertidas por uno de los pretendientes rechazados, que informó al padre de la joven de sus correrrías amorosas. El padre se sintió muy avergonzado por la noticia de la falta de pudor de su hija y de su enredo en unos amores que no podían conducir al matrimonio, y decidió descubrir por sus propios ojos la verdad del asunto.
Aquella noche el padre de la muchacha esperó hasta comprobar que su hija se levantaba con todo sigilo y abandonaba la casa familiar. El padre cogió una daga y siguió a su hija que se dirigía a la callejuela del pozo. Cuando comprobó que el joven cristiano la estaba esperando y la abrazaba, sintió tanta furia y tanta desolación que, abalanzándose sobre los amantes, hundió la hoja de su daga en el corazón del hombre que la había seducido y luego arrastró a su hija, que lloraba a gritos, hasta la casa familiar.
Como consecuencia de aquel sangriento lance, la muchacha perdió la razón, y aunque su padre cuidaba de ella muy amorosamente y no la perdía de vista, un día consiguió escapar de casa, bajar hasta el lugar de su cita con el amante muerto y tirarse al pozo donde murió ahogada.