Según la tradición, tanto las tierras padronesas como las de Santiago estaban bajo dominio de la Reina “Lupa” (loba), que a su vez habitaba próxima al Pico Sacro, por aquel entonces conocido como Mons Illicinus. Tras desembarca el cuerpo del Apóstol, sus discípulos se dirigen al Pico Sacro para solicitar la ayuda de la reina y ésta, les ofrece dos bueyes para trasladar el cuerpo, que en realidad son toros salvajes; sin embargo, ante la presencia de los discípulos, éstos se amansan y se dejan uncir al carro. Sin embargo, y tras la conversión de la reina pagana, de la cueva existente en el Pico Sacro sale un dragón, el cual se lanza echando fuego sobre los hombre que trasladaban el cuerpo del Apóstol, sin embargo ellos, obligan a retroceder al monstruo realizando la señal de la cruz, tras lo cual acaba reventando por la mitad.
Esta leyenda permaneció intacta durante siglos en la tradición oral de las personas que habitaban las tierras próximas al Pico Sacro, y frecuentemente se culpó al dragón del Pico Sacro de las desgracias o enfermedades que afligieran a sus habitantes, de ahí la costumbre de arrojar piedras al interior de la cueva como señal de rechazo al dragón, que aún se mantiene como ritual en las dos romería que cada año se celebra en este enclave.