... Pero la Chancalaera temía al “Duendi Entignau”. Según me relataban aquellas bocas desdentadas, este personaje era un duende gigantesco, vestido completamente de negro, que gastaba un sombrero como de copa. Era tan alto, que sobresalía por cima de las montañas más elevadas de Las Hurdes. A veces, ponía uno de sus enormes pies sobre el Pico Mingorro, y el otro sobre el Pico Solombrero, “rebullendu” (alborotando) con su sombrero de copa las nubes del firmamento. Entonces, se producía la lluvia, que descendía hacia las montañas y valles hurdanos. El Duendi Entignau era amigo de ir provisto de yesca, “pernala” (pedernal) y “dehlabón” (eslabón), a fin de prestarlos a los pastores, para que encendieran sus cachimbas. Cuando algún pastor rechazaba tal ofrecimiento, el Duendi se enfadaba muchísimo, alborotando con gran fuerza las nubes y lanzando hacia lo alto la yesca, la pernala y el dehlabón. Al momento, el cielo se oscurecía y la tormenta estaba encima, toda preñada de truenos y relámpagos. Me decían mis “compaírih” jurdanos que los truenos se producían porque el Duendi tocaba un descomunal tamboril, y que los relámpagos eran debidos a las chispas que saltaban al friccionar el dehlabón en la pernala. Cuando un trozo de yesca ardiendo se escapaba, caía en los bosques y se producían los incendios. Mientras duraba la tormenta, la Chancalaera se cuidaba mucho de andar monte arriba y monte abajo, porque... Sería muy largo de contar. El mundo de los mitos hurdanos merece una pausa reposada y serena, y hoy estamos de cumpleaños.