Había una vez, un hombre humilde, que vivía en un pueblo pequeñito. Su nombre era Zacarías, y era artesano.
Un día que se encontraba en su taller, un sospechoso hombre entró y le pidió que fabricase un cántaro que pudiese cargar todo el agua del mundo, la de ríos, mares, océanos, charcos…
El artesano le dijo que eso era imposible, pero el extraño le ofreció una gran suma de dinero y el artesano le prometió que lo intentaría, y decidieron verse en un puente, encima de un antiguo río, ahora seco.
Zacarías hizo lo que pudo. Fabricó un cántaro inmenso y otro más pequeño, por si aquel encargo tenía trampa, y los llenó de agua.
Fue al lugar acordado, y justo encima del puente, se le cayó el cántaro grande, que rompió y quedó vacío; al agacharse, se precipitó también el pequeño.
Este último no rompió, aguantó intacto y comenzó a echar el agua que portaba.Siguió echando agua sin parar. El artesano no daba crédito a lo que veían sus ojos.
Sin saber de donde, apareció el hombre que le había hecho el encargo, y le dijo:
-Veo que lo has conseguido, yo te he ayudado. A cambio de tu trabajo recibe esta bolsa de monedas. No es la cantidad acordada, pero te satisfará.
Zacarías aceptó. El agua del cántaro, había formado un río, que más tarde bautizaron como “río Miño” que pasa hoy por Galicia. Si te acercas al nacimiento del río Miño, encontrarás el cántaro del que surgió, que sigue echando agua, para que el río no seque.
la bolsa del extraño cliente estaba llena de monedas que nunca terminaban, al igual que el agua del cántaro y que ayudó mucho a Zacarías, quien nunca más tuvo noticias de aquel cliente que le había cambiado la vida.