Según la tradición, hace más de cuatrocientos años –según otros aconteció en el siglo XVIII– en los alrededores de esta localidad de pastores había muchos reptiles, y especialmente un lagarto tan grande que diezmaba los rebaños, y engullía a algún pastor que anduviese descuidado o que había osado hacerle frente, de modo que los habitantes de la localidad andaban atemorizados. Uno de éstos, de nombre Colás, se topó cierto día con el maligno animal, que hizo ademán de atacarle, tras despedazar a uno de sus perros. Colás se encomendó entonces al Cristo de la Agonía, que milagrosamente convirtió su cayada de pastor en una escopeta o trabuco –otros dicen que fue una ballesta – con la cual, y de un certero disparo, acabó con la bestia. Una vez muerto el lagarto, el arma se rompió, mientras Colás escuchaba una voz sobrenatural que decía: ¡Rota quedarás para que a nadie mates más! El agradecido Colás decidió ofrecer como presente a su Divino Protector la piel del animal, de la cual –aunque carcomida por los años– aún pueden verse algunos retazos en la ermita del Cristo, erigida entre los siglos XVI y XVIII.