Situado en un muro del Santuario de Nuestra Señora de la Fuensanta, el origen de este caimán es incierto debido a la diversidad de leyendas existentes al respecto, aunque Ramírez de Arellano declara que el caimán fue traído de América junto a una costilla de una ballena, la concha o carapacho de una tortuga, una sierra del pez de este nombre y otras cuantas cosas remitidas como recuerdo por viajeros cordobeses.
Una de las leyendas más extendidas cuenta que en una ocasión hubo una crecida en el río Guadalquivir y la abundancia de agua trajo un temible caimán que llegó a sembrar el pánico entre la población cordobesa y entre las cercanas huertas. El animal acechaba a sus desprevenidas víctimas, las destrozaba y luego desaparecía en los cañaverales cercanos. Cuando sentía hambre volvía a actuar y de esta forma tenía sobrecogida e impotente a la población hasta que un disminuido físico, un cojo, decidió acabar con el problema.
Se cuenta que, después de estudiar el comportamiento del caimán, lo acechó y lo esperó en un árbol con su muleta y un pan abogado. El pan despertó la glotonería del animal que inmediatamente abrió la boca para engullirlo, momento que aprovechó nuestro héroe para apearse del árbol y clavar el filo de su muleta en la garganta del animal, que disecó y colocó como exvoto. Otra forma de la leyenda habla de que el héroe no fue el cojo sino un condenado a muerte a quien se le ofreció el indulto si acababa con el terrible animal que tenía en jaque a la población.
Desde entonces, durante la celebración de la Velá de la Fuensanta, es costumbre acudir al templo y ver el cuerpo disecado del caimán.