Tengo oíu uno de un sastre, pero no era medroso, era valoroso. Era un sastre que iba a coser polos pueblos –antiguamente nun tenían sastrería, iban polas casas, llamábalos la gente polos pueblos pa coser– Y había uno [un sastre] ahí en Robléu que era muy atrevíu, andaba siempre de noche.
Ya fue pal último pueblo [del valle], pa Villar de Vildas. Taba cosiendo ahí pol invierno, ya taba hasta de noche, salía de noche del pueblo. Ya entonces había mucho de los lobos, que salían los lobos a la gente. Y él nada, nun tenía miedo ninguno. Y pasó todo hasta Pigüeña, sitios que hay medrosos de los lobos, y él tan campante.
Y ahí cuando pasa pola iglesia de Pigüeña sonaba un campanín, ¡trintran, trin-tran!
– Coño, ¿qué pasara?
Él siguió caminando, y aquel campanín venga a sonar. Ya él caminaba p’abajo, que hay un puente más abajo que cruza el río, la Puente la Veiga.
Y entonces mira una vez p’atrás y vio un montón de gente venir tras d’él. Y él arimóuse a una paré, y todos los que pasaban ¡plin!, dábanle un pellizco, todos. Y él entonces cogió miedo, ya entonces pasa uno ya diz él:
– ¡Dejarlo, dejarlo, que es mi ahijáu!
Ya el padrín d’él había mucho tiempo que muriera. Ya, hala, que lo dejaran.