Se cuenta que... la hija más bonita de un árabe ricachón prendóse fatalmente de un gallardo doncel cristiano, que, dolido por los inconvenientes que hacían imposible su pasión, marchóse desesperado a luchar contra las legiones del Profeta. Secuestrada por sus familiares, la joven infiel sucumbió prisionera en el pequeño recinto, al que transmitió su nombre en memoria del episodio, y como roto el idilio, el caballero no volviera, ignorándose si desistió de la dama o pereció con su nave allá en los mares de Oriente, ella, la mora, constante a las promesas juradas tantas veces ante el ara de la propia Naturaleza, en pleno escenario apoteósico del circo de las Pedrizas, vaga en espíritu por los canchales durante determinadas fechas del año, precisamente aquellas en que supuso volvería el galán de sus amores, y que penando por su regreso, que aguarda todavía, tiene la esperanza de poner fin a sus grandes ansias de espera que la muerte prematura no pudo acallar.
El que visite esta cueva, de fácil encuentro, pero de dificultosa escalada, comprenderá lo imposible de trasladar a lugar tan expuesto, verdadero nido de aguiluchos, a personas delicadas, como lo sería la joven mahometana, no yendo ataviados como para las trepadas se requiere, indumentaria no en boga, de fijo, en aquellos tiempos de quimera.