Un lagarto de gigantescas proporciones era igualmente el que diezmaba la hacienda de los vecinos de Ovejuela, alquería hurdana próxima al convento de Nuestra Señora de los Ángeles. Pero esto fue antes de que San Pedro de Alcántara llegara como guardián del cenobio, lo domesticara y lo convirtiera en mascota o animal de compañía. Cuentan que los frailes, en atención a su fealdad, lo conocían con el nombre de “el pecado”. Y aseguran en Ovejuela que tal lagarto no es otro que el que la moderna imagen de la Virgen de la localidad tiene bajo sus plantas.