Impresionante resulta la leyenda del cuélebre del Faedo, el culebro de fuertes silbidos que asustaba a pastores y animales; tanto que nadie se atrevía a acercarse a Las Lamargas y a Llano, que tinas veces moraba en un sitio y otras en otro. Todo un año pasó sin poder pastar las hierbas.
Pero hete aquí que un pastor extremeño de los que venían con La Mesta, con las merinas trashumantes a los puertos leoneses, y se asentó para Sancenas, supo de la preocupación que embargaba a Getino,y se prestó a solucionar el espanto. Y lo solucionó dando al cuélebre una botella de leche diariamente; lo llamaba cuando subía por el camino y el culebro le esperaba junto al chozo del Faedo.
Pero el pastor se ausentó para su Extremadura, en esa época de octubre cuando ya duermen las culebras. Luego tuvo que ir a servir al rey, y el tiempo transcurrió; y llegaron los fríos, y las primaveras, y las flores, la hierba y la maja, el otoño y la matanza, el invierno y los filandones.
El culebro volvió a sumir en el miedo a personas y ganados, cuando volvió a despertar la siguiente primavera.
Llegó junio y volvieron los esquilones de las merinas y los perrazos con sus carlancas, y con ellos el pastor extremeño. Las gentes acudieron a él comunicándole sus cuitas, y el mozo prometió calmar al bicho.
Por el camino pedregoso subía el pastor tarareando la canción, y tocando el caramillo, y silbando su melodía que deleitaba al monstruo. Pero se le olvidó la leche. El pobre pastor pagó con su vida el involuntario olvido.
El cuélebre duró poco tiempo. Un nubarrón de verano descargó tal torrente de aguas que arrastró al animal, que bajaba por Los Cangos dando grandes alaridos, hasta morir estrellándose contra las rocas de La Cardosa por el ímpetu del reguero del Faedo.