La fuente Velasca, que tal nombre recibe en la actualidad después de haber sido conocida con otros a lo largo de los tiempos, está situada al oeste de Cabeza del Buey, en Badajoz, y durante muchos siglos ha sido un lugar tenebroso y maldito en el que venían a morir ahogados, atraídos por el irresistible reclamo de tres espectros en forma de hermosas moras, los hombres que pasaban junto a ellas después de ponerse el sol. Aquellas figuras espectrales y traicioneras eran las de tres princesas que estaban sujetas al encanto de la fuente. Su historia se remonta al tiempo en que los árabes reinaban en España. Un rey moro, en una de sus incursiones por la parte cristiana, consiguió capturar a una joven princesa. La princesa, enamorada de su captor, consintió en ser su esposa y hasta en convertirse al islam. Tuvieron tres hijas, educadas también en la fe de Mahoma, que al crecer fueron famosas por su belleza y lo vasto de sus conocimientos en muchas artes. Su nombre, traspasando fronteras y desiertos, llegó a oídos de su otro abuelo, el rey cristiano padre de aquella princesa primero cautiva y luego renegada. Por medio de varios de sus hombres, de probado valor y curtidos en las aventuras de la andante caballería, el rey cristiano preparó un plan para capturar a sus nietas moras, conducirlas a su reino y educarlas en su fe.
El plan fracasó, pero hizo que el abuelo árabe se preocupase mucho por el futuro de aquellas tres princesas, que incluso habían prestado su colaboración en el intento de rapto de los caballeros cristianos. Así resolvió acudir a la sabiduría de sus magos y dejarlas encantadas para siempre en una fuente cercana a su castillo, obligadas a bordar eternamente unas babuchas. Pasaron los años y los siglos, los árabes abandonaron España, el castillo se desmoronó y hasta llegaron a desaparecer sus ruinas, y las hermosas princesas continuaban encantadas en la fuente, causando la muerte de los hombres que pasaban de noches por sus alrededores.
Un estudiante encontró fortuitamente en el Alcaná de Toledo unos manuscritos arabigos que narraban el caso y decían lo que era necesario hacer para librar a las princesas del encanto: tres hombres jóvenes debían acercarse de modo voluntario la noche de San Juan aquella fuente hechizada, y decir en voz alta cierta fórmula. En compañía de dos amigos, el estudiante se dirigió a la fuente Velasca en la fecha indicada. Cuando estuvieron en el lugar, los jóvenes, uno tras otro, pronunciaron las palabras mágicas:
-Zaida, tu madre me manda.
-Zoraida, tu madre me envía.
-Zobeida, salid las tres.
Y, naturalmente, las princesas quedaron muy satisfechas de haber sido desencantadas, aunque el siguiente paso que dieron sus libertadores, el bautismo de las tres, las hizo desaparecer para siempre. Con ello acabó el maleficio de la fuente.