En Soria existió un pueblo denominado Mortero, poseedor de muchos prados comunales, cuyos habitantes perecieron en el banquete de una boda vecinal, porque las aguas que bebieron estaban envenenadas, al haber ido a vivir al pozo una salamandra acuática. Al parecer, solamente se salvó una anciana a la que habían encomendado cuidar del ganado del pueblo mientras celebraban la fiesta nupcial. La vieja, que como único superviviente heredó todo su patrimonio, no quiso seguir viviendo en un lugar tan desdichado, y se trasladó a la vecina localidad de Arévalo, a cuyos habitantes donó a su muerte las dehesas y ganados que un día habían pertenecido a los habitantes del desaparecido Mortero.