Junto a los pueblos anegados por los embalses, que acaso acaben suscitando su propia leyenda, son bastantes los que han desaparecido por causas sobrenaturales, comúnmente una maldición divina, dando origen a un lago o una laguna.
En términos de la orensana Ginzo de Limia, en el mismo lugar que ahora ocupa la laguna de Antela, existió una ciudad llamada Antioquía. Al carácter belicoso de las gentes de aquella ciudad, muy agresivas con los pueblos de los alrededores, se unían su mal corazón. Sus pecados contra la caridad llegaron al extremo de que Dios decidió castigarlos, pero antes bajó Jesucristo a hacer una visita a la ciudad para salvar a los justos que pudiese haber entre tanto pecador.
Tomó el aspecto de un mendigo y se puso a pedir limosna por las calles, recorriendo sus puertas una tras una sin encontrar una sola casa en que se conmoviesen de su mísera apariencia ni de sus trsites súplicas, y hasta le decían que se fuese con malos modos. Ya se marchaba Jesucristo de Antioquía monte arriba, muy apenado por el comportamiento de sus habitantes, cuando entre los roblos vio una choza de la que salía un hilo de humo. En aquella choza vivía una pobre vieja que no tenía otro patrimonio que una cabra y una gallina. Cuando la viejo oyó la voz del mendigo a la puerta, lo mandó pasar, le hizo sentarse, le dio un tazón de leche con un huevo batido y, al ver el aspecto tan desdichado que tenía, hizo que aquella noche descansase en su propio camastro.
Cuando amaneció, Jesucristo mostró a la vieja el castigo que había merecido las gentes de Antioquía por su mal corazón: sin que uno solo de sus habitantes se hubiese salvado, la ciudad había desaparecido bajo las aguas de un lago.
"Na mananciña de san Xoán, cando o primeiro raio do sol relampra na lagoa, alá embaixo, moi fondo, albíscase o campanario da igrexa. E a noite do Nadal, ás doce en punto, óense cantar os galos." Esto es lo que añaden los narradores locales cuando relatan esta historia.