En la comarca navarra de La Barranca hacía sus fechorías un dragón que tenía su guarida en el monte que ahora se llama de San Miguel. Para aplacara el hambre de la bestia, cada día debía entregársele un vecino, que era designado por sorteo. En cierta ocasión, la suerte recayó sobre un padre con mucha familia, y una de las hijas se ofreció a sustituirle. El cambio fue aceptado y la muchacha se marchó al monte para ofrecerse al dragón como alimento.
En aquel monte vivía también cargado de cadenas para hacer mayor su penitencia, un anacoreta llamado Teodosio, que llevaba allí muchos años y estaba greñudo y sucio. Al encontrárselo, la chica se sobresaltó, pero Teodosio consiguió que se tranquilizase, montrándole una gran cruz de madera. Cuenta los narradores que Teodosio, que sentía una insufrible picazón en la cabeza, pidió a la muchacha que lo despiojase.
Hay que advertir que este ermitaño era el noble caballero un día conocido como Teodosio de Goñi. Al regresar una noche de una larga temporada en el campo de batalla, el caballero fue abordado por el Diablo que, en forma de venerable anciano, le dijo que su mujer lo engañaba. Al entrar en la alcoba matrimonial el caballero y encontrar dos cuerpos en el lecho, los apuñaló sin más averiguaciones, matando así a sus propios padres, de visita en la casa. La siempre fiel esposa los había acostado allí, en su propio tálamo nupcial, por mayor deferencia. A Teodosio de Goñi, por su horrendo crimen, el papa lo había castigado a la vida eremítica, y a llevar sujeta al cuerpo una gruesa cadena de hierro que solo cuando se desprendiese de su cuerpo, por milagro o por desgaste, daría señal de que su penitencia estaba cumplida.
Estaba pues la muchacha embebecida en la labor de despiojar al mísero penitente, cuando se presentó el dragón, entre horribles rugidos y el batir de sus alas membranosas. Teodosio confiaba en la fuerza que le daba su larga vida de oración y sacrificio, pero el dragón era demasiado poderoso, y la lucha entre los dos parecía inclinarse a favor de la bestia. Entonces Teodosio, con grandes voces, solicitó la ayuda del arcángel san Miguel. Oyó Dios la súplica y le sijo a Miguel que lo llamaban del mundo, pero Miguel respondió que, de bajar, solamente lo haría si Dios iba con su compañía. Dios le preguntó a Miguel que dónde pensaba llevarlo y Miguel le respondió qu encima de su cabeza.
Bajaron al mundo Miguel y Dios, y Miguel venció al dragón con su espada, la misma con la que cortó las cadenas de Teodosio, que desde entonces dejó de ser eremita y volvió a su casa con su mujer.