A los vascos de Iparralde les gustan las leyendas de herensuges, o dragones de siete cabezas.
Cuentan que, cuando se formó la séptima cabeza, al despuntar el día, el dragón, despidiendo luz por sus siete pares de ojos, se levantó y fue a introducirse en los mares bermejos, itxasgorrieta, y por eso los amaneceres son rojos en el horizonte marítimo.
En Sara dicen que la morada del herensuge es el bosque de Zualbehere, Tonba y la peña de Eahardiko‐harri. El dragón ha sido visto en forma de arco iris encendido que se esconde luego en el mar.
El Herensuge produce un ruido espantoso cuando cruza los aires, y cuentan en Alzai que el hijo del castillo de Zaro lo envenenó. El monstruo comenzó a arder y, envuelto en llamas, voló al océano, segando con su cola las puntas de las hayas del bosque de Itze al atravesarlo.
La siguiente leyenda fue recogida por R. Mª de Azkue.
En el monte Mondarrain, cerca de Itsasu, en Lapurdi, hay una gran sima. No se sabe por qué medios, pero, para espanto de todos los habitantes de la zona, un día salió de ella una enorme serpiente con siete cabezas, a la que llamaron herensuge.
El monstruo les hizo saber que debían de entregarle una joven todos los años; de lo contrario, arrasaría los pueblos y no dejaría a nadie con vida.
Se reunieron, pues, los jefes de familia de la región y echaron a suertes para saber quién sería la joven que había de ser ofrecida al dragón, y la elegida fue la hija del rey. El rey tuvo que aceptar el sorteo, pero hizo saber que aquél que librase a su hija de tan horrible fin se casaría con ella.
Llegado el día, ataron a la joven a un árbol delante de la entrada de la sima, y muchos curiosos se subieron sobre otros árboles para ver bien el espectáculo, aunque no había ninguno en tierra para defenderla.
Un pastor que andaba por los alrededores con su rebaño y su perro se acercó a la joven y, al verla allí atada, le preguntó asombrado:
—Pero, ¿quién te ha atado a este árbol?
La hija del rey le contó lo que ocurría, y el pastor comenzó a desatarla cuando, de pronto, se oyeron unos horribles rugidos que salían del interior de la sima.
—Por favor... —suplicó la muchacha al pastor—, ¡vete! ¡vete! Si te quedas, el herensuge te matará a ti también.
Pero el joven no le hizo caso y siguió desatándola.
Un instante después apareció el dragón, y el pastor le dijo a su perro:
—¡Zesar! ¡Agárralo!
El perro se lanzó contra el herensuge y, tras una lucha feroz, acabó con él, dejándolo hecho pedazos. El pastor cortó las siete lenguas de las siete cabezas y también cortó un pedacito de cada una de las siete enaguas que llevaba puestas la hija del rey. Luego se marchó, mientras bajaban de los árboles los curiosos que se habían subido a ellos. Uno, más avispado que los demás, cortó las siete cabezas de la serpiente y las guardó en un saco. Después se presentó al rey, diciéndole que había sido él quien había dado muerte al terrible animal.
Tal y como había prometido, el rey ordenó que se organizaran los preparativos para la boda de su hija con su salvador.
La víspera de la ceremonia tuvo lugar un gran banquete. En la cabecera de la mesa estaban el rey, su hija y el supuesto héroe. También se presentó el pastor con su perro, pero había tanta gente que nadie se fijó en él.
Hacia el final de la comida, el pastor le dijo al perro:
—¡Zesar! ¡Tráeme el plato del rey!
El animal salió disparado, cogió el plato del rey y se lo llevó a su amo.
Todo el mundo se quedó muy sorprendido, y el rey, enfadado, ordenó a sus soldados que atraparan al perro que había osado robarle su plato, pero el pastor se levantó de su sitio y dijo en voz alta:
—Éste es mi perro, y ha sido él quien ha matado al dragón; por lo tanto, ¡soy yo quien debe de casarse con la hija del rey!
El alboroto que se organizó fue enorme. Cada cual daba su opinión, y los que más gritaban eran los amigos del novio, que esperaban recibir grandes favores de su nueva posición. Para acabar con la discusión, el supuesto héroe presentó las siete cabezas del dragón en una bandeja.
—Aquí están las cabezas del herensuge —dijo con una sonrisa de triunfo—, prueba de que he sido yo quien lo ha matado.
A lo que el pastor respondió:
—A esas cabezas les falta algo. —Y, sacando las lenguas de su zurrón, continuó diciendo—. He aquí las siete lenguas de esas siete cabezas. Las he tenido guardadas en siete trozos de las siete sayas de la hija del rey, que corté después de liberarla.
La princesa reconoció a su salvador, y el farsante tuvo que salir con la cabeza gacha.
Nadie volvió a dirigirle la palabra. La hija del rey se casó entonces con el pastor.
No es necesario añadir que fueron muy felices y que nunca más apareció un herensuge en aquella región.